Un día Armando y un amigo estaban pescando con arpón en el río Sauce. Se habían puesto de acuerdo de hacerlo uno en un lado, y el otro en el opuesto, un poco adelantado para evitar herirse el uno al otro. Chico “Canuta”, que era su compañero de pesca, iba adelante. Esperó que Armando saliera a la superficie y le advirtió de la presencia de un cantil de agua.
―Tené cuidado cuando pasés por aquí, en tu orilla hay un cantil ―le dijo.
― ¿En dónde mero? ―preguntó Armando.
―Entre la lechuguilla, en la balsera ―respondió Chico, y se volvió a sumergir en las claras aguas del río.
Armando también se sumergió, dejándose arrastrar por la suave corriente de las aguas, en busca de una mojarra (1). Casi de inmediato vio un hermoso ejemplar en el fondo, pero no estaba a tiro de arpón. Calculó que todavía tenía suficiente aire para perseguirlo, hasta que se pusiera en posición de tiro y, sin perderlo de vista, continuó nadando bajo de agua. Pero en ese momento la silueta del pez empezó a desvanecerse en lo que parecía ser la sombra proyectada por algún árbol de la orilla. Sabía que le quedaba poco tiempo para renovar aire, y decidió probar suerte, ya en otras ocasiones lo había hecho con buenos resultados. Disparó su arpón y el agua se enturbió.
Trató de guardar la calma, aunque sabía que tenía que subir a la superficie, en busca de una bocanada de aire. Empezó a patalear, subiendo oblicuamente, dirigiéndose, según él, al centro del río para evitar la empalizada que cubría la superficie del recodo. No fue mucho lo que logró subir, porque sin notarlo se había adentrado en una cueva formada por la corriente. Las aguas se enturbiaron más, y ya para entonces estaba urgido de respirar.
Chico se había adelantado bastante y no se dio cuenta del problema en que su compañero estaba, porque muchas veces la pesca era buena para cualquiera de los dos y se separaban por largo rato.
Armando, todavía sin perder la calma, pero sabiendo que estaba en un grave problema, decidió aguantarse unos segundos más, esperando que la corriente arrastrara las aguas turbias, mientras trataba de divisar la claridad de la superficie para dirigirse hacia allá y respirar el aire que necesitaba.
Por fin vio un pequeño claro al cual se dirigió. Ya estaba casi en la superficie, pero la empalizada no lo dejaba salir. Ahora, más necesitado de aire fresco en sus pulmones, lo único que se le ocurrió fue quitarse el snorkel y pasarlo por entre los palos y soplar para ver si podía expulsar el agua, y respirar. ¡Lo logró! Llenó sus pulmones con el aire fresco y oxigenado que tanto necesitaba. En ese momento se dio cuenta que se encontraba en el lugar en donde Chico le había dicho que estaba el cantil de agua, serpiente sumamente venenosa. Tratando de no moverse mucho, se hundió de nuevo en las aguas, pensando que en cualquier momento sentiría el fuego de la mordida mortal del ofidio.
La suerte ayudó a Armando. ¡Salió sin problema y continuó la pesca, ahora teniendo más cuidado de ver en dónde se metía!
[1] - Pez tropical
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