Juana se encontraba dándole mantenimiento a su AK 47.
Estaba sentada sobre una roca, adentro de la cueva. Nicolás
estaba cerca de ella; únicamente la observaba, porque él ya
había revisado la suya.
Mientras Juana se esmeraba en el cuidado de su fusil, sus
pensamientos retrocedieron a sus días de estudiante. Recordaba
aquellas mañanas en su hogar, cuando tenía que pelear con sus
hermanas el baño, las toallas y otras prendas. Una leve sonrisa
se dibujó en sus labios cuando recordó aquellos pasajes de su
vida.
Su padre trabajaba duro por un sueldo que apenas alcanzaba
para los gastos de la casa. Su pobre madre, además de todos
los oficios del hogar, trataba de estirar el tiempo para lavar,
planchar y zurcir ropa ajena, y así ayudar con el presupuesto
familiar. Los artículos de primera necesidad, carísimos...
Menos mal había personas de buen corazón, como mi tía,
que nos pasaba ropa que dejaban mis primas. ¡Cuánto
sacrificio, el de todos, en los días que precedieron a mi
graduación! El gasto diario tuvo que limitarse para poder
cubrir los gastos extras que éste ocasionaría.
Le parecía estar viendo la expresión de satisfacción de sus
padres, el día que obtuvo el título de Maestra de Educación
Primaria.
Por fin sus anhelos, los de ella y los de sus padres, se verían
felizmente realizados. Ahora podría obtener una plaza en el
magisterio nacional y seguir estudiando en la universidad, y
a la vez que aumentaba sus conocimientos, ayudaría con el
gasto del hogar.
¡Qué equivocada estaba al pensar que me iba ser fácil
conseguir una plaza de maestra!
Recordaba haber hecho hasta lo imposible para obtener
una recomendación que le facilitara su ingreso al magisterio.
Recordaba también los resultados negativos, y la desilusión
sufrida al saber que otras personas, con menos preparación y
La historia de Juana 85
necesidad que ella, sí lo conseguían.
¿Cómo lo hacían? ¿Por qué tanta injusticia en este
mundo? Bien repetía mi padre: “Dios le da muelas al que
no tiene quijadas”.
Venía a su memoria la temporada que dio clases en aquel
colegio particular. Conclusión: No pudo desarrollar sus
conocimientos porque la directora exigía un trato preferencial
a ciertos alumnos; los que pagaban puntualmente sus cuotas y
los hijos de personas importantes. Y todo por un bajo sueldo
que apenas le alcanzaba para algunos gastos personales y su
transporte.
Nicolás debió darse cuenta de su abstracción, y muy
discretamente la dejó sola. Mientras tanto ella seguía recordando
su pasado. Aquella mañana cuando inocentemente, después de
leer en la sección de empleos de un periódico, corrió a enseñarle
a su padre un anuncio que había llamado su atención: “Sala de
Masajes y Estética Masculina, necesita señoritas amables y de
buena presentación…”
Su padre, por quedarle poco tiempo para irse al trabajo,
encomendó a su madre la responsabilidad de explicarle de qué
se trataba tal trabajo.
¡Qué bruta! ¿Cuántas habrán caído en las redes de la
prostitución? Muchas por ignorancia, pero la mayoría por
la terrible necesidad que las aqueja.
Mientras limpiaba minuciosamente su carabina, pieza por
pieza, su mente seguía enfocada en aquel pasado que todavía
le dolía:
No obstante la explicación de mi madre, insidiosamente
en mi cerebro se arremolinaban pensamientos tenebrosos
que me inquietaban muy profundamente. ¿Cuántas veces
tuve que soportar aquellas terribles pesadillas, en donde
me soñaba con montones de dinero; aquellos fajos
de billetes que mis manos acariciaban con enfermiza
fruición? Y luego, extasiada del deleite, ver a mis padres y
86 Por senderos peligrosos
hermanos contemplando la escena en donde yo era la única
protagonista. Sus rostros denotaban reproche, lástima y
asco. Sin embargo, sus ojos no podían disimular el brillo
de la codicia.
¡Qué tristes y desesperantes noches aquellas, en donde
debía luchar contra mis propios pensamientos, sueños y
desilusiones! Me veo vestida con aquel “baby doll” -que
por cierto nunca tuve-, sólo lo imaginaba, sentada sobre
mi cama, al estilo yoga. Los billetes ahora aparecían
manchados con mi dolor y mi vergüenza. Los miembros
de mi familia, frente a mí sin pronunciar palabras de
reproche. ¿Para qué? ¡No era necesario! ¡Yo sabía lo
que estaban pensando! Pero lo peor de todo era que entre
ellos, también estaba mi propia presencia, como una doble
mía. ¡Viéndome! Y en la faz de mi doble, que creo era mi
conciencia, había dolor, repugnancia y crueldad. ¡Una
severidad implacable que no admitiría perdón o disculpa!